Talleres literarios. Crecieron en Uruguay como hongos después de la lluvia
Literatura: plasticina en manos de niños
Escribir ha dejado de ser el patrimonio de iluminados y, salvando el talento que cada uno puede desarrollar, los talleres literarios han construido un camino que busca democratizar la virtud y el placer de expresarse a través de la escritura.
Juan Scuarcia |
Lectura. Muchos se acercan al taller literario para conocer más.
Lauro Marauda nació en el barrio Buceo de Montevideo. Es profesor de literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas (IPA), narrador, crítico, coordinador del Taller Ruben D'Alba y docente de Quipus, primer Centro de Formación en Talleres Literarios de nuestro país.
El escritor contó que el programa de Quipus se fundamenta en aportes de gente como Washington Benavides, Jorge Arbeleche y Hebert Benítez. Pero el programa definitivo lo trazaron "junto a Lía Schenck y la docente Carmen Galusso, su directora actual", explicó. "El equipo docente lo completamos el profesor Fabián Severo y yo".
Ya han egresado algunas decenas de personas y más de 100 pasaron por las aulas de la Casa Bertolt Brecht, donde se dictan los cursos de Quipus, los sábados de 9.30 a 12.30 horas.
El taller literario es un fenómeno que tiene un desarrollo importante en Uruguay. Marauda relató que en su formato actual es reciente. Se remonta a la última dictadura, cuando "varios docentes destituidos tuvieron que recurrir a esta forma de enseñanza en sus casas: casi clandestinamente crecieron como plantitas y continuaron multiplicándose". "Los pioneros fueron Rosana Mola, Jorge Arbeleche, Sylvia Lago, Milton Schinca y Suleika Ibáñez. Hoy en día ubico no menos de treinta talleres en Montevideo y algunas decenas en el Interior", amplió.
El movimiento fue generando la necesidad de una propuesta educativa que forme específicamente para coordinar talleres, pero también ha provocado un cambio, y es que escribir, expresarse, ya no es un privilegio reservado para iluminados. "No trabajamos para una elite de escritores sino para democratizar la literatura. ¿Qué quiere decir eso? Que todo el mundo tiene derecho a acceder a la literatura y a producirla. Y nosotros hacemos que la gente tome conciencia y ejerza ese derecho", afirmó.
Seis años
El docente señaló que en los seis años de existencia de Quipus muchos egresados y egresadas llevan adelante coordinaciones de talleres en instituciones o en otros espacios, "con las satisfacciones propias de un compromiso con la cultura a través del texto literario", subrayó.
El taller literario es un fenómeno cultural cuya fuerza se demuestra en que no hubo ninguna intervención del Estado o institución alguna para favorecerlo: fue creciendo poco a poco, hasta que "surgían como hongos después de la lluvia".
"Tenían distintas características, entonces se me ocurrió que esa experiencia se podía sistematizar, con las limitaciones de un fenómeno informal como el taller y lo resbaladizo de la literatura", analizó Marauda.
Aún hoy no hay una institución pública o privada que enseñe la metodología del taller. A pesar de esta omisión, Quipus fue declarado de Interés Ministerial por el Ministerio de Educación y Cultura, de Interés Municipal por las intendencias de Montevideo y Rivera, y de Interés Cultural por la Casa Bertolt Brecht.
Emergente
El taller emerge de una realidad social: hay una necesidad humana profunda, de compartir con otros, de aprender y fundamentalmente de crear, lo que suena novedoso en medio de una época en la que el ego parece haber ganado la batalla. Marauda sostuvo que "hay una recuperación de la inteligencia emocional y una necesidad de contrarrestar una enseñanza que priorizaba la razón. "Se trata de volver a lo sensible, al reconocimiento del cuerpo y a nuevas maneras de ingresar a los textos".
"Los literatos actuales nos reconocemos entre la gente. Somos pueblo. Entendemos la literatura como la plasticina en manos de los niños. Circulatoria, comestible, mágica, a veces con arrugas", remarcó.
La amplitud del planteo permitiría pensar que el taller literario se podría extender a grupos comunitarios, alejados de la cultura oficial. Marauda opinó que "no hay límites para la literatura, como no los hay para el amor. Los límites los impone el medio, las posibilidades económicas de acceso y difusión; la receptividad siempre ha sido buena. Hay técnicas para captar su atención. Pero la sonrisa ante un chiste, la dulzura del compañerismo sin banderas, el chispazo del encuentro, la respiración de quien comenta o duda muestran tímidamente lo que escribió o disfruta, y superan cualquier técnica".
Publicado en "La República" - 10 de mayo de 2010. Pag.29